Algunas fuentes aseguran que el ate llegó a nuestro país como parte de la cocina conventual de España con las monjas Dominicas de Michoacán en el convento de Santa Rosa de Lima. Las religiosas adaptaron las recetas tradicionales españolas del ate a los ingredientes locales que había en esta parte del mundo y, posteriormente, iniciaron su venta al público. Con el paso de los años se perfeccionó la receta y, ante su popularidad, se adaptó a las cocinas familiares. En aquel entonces esta jalea tenía otro nombre, “Ate” era la terminación que se agregaba a la preparación dependiendo de la fruta con el que estaba hecho: manzanate, guayabate, y más.
Actualmente el ate es una pasta de frutas cocidas con azúcar que se consume como postre. La pulpa de la fruta se hace pure y se cuece con azúcar hasta que espesa y al enfriar, se desmolda y se orea hasta que la pasta toma una consistencia firme. Pueden conservarse por un lapso de uno a dos años sin que se descomponga, solo se oscurece y su tamaño disminuye transcurrido ese tiempo.
El Ate de Morelia tiene denominación de origen en la capital michoacana y forma parte de una larga tradición de elaboración de dulces en este estado. Con el paso del tiempo se convirtió en uno de los productos más importantes de la entidad y su fama se extendió a nivel nacional e internacional.
Con su rica historia y exquisito sabor, es un tesoro culinario que representa la riqueza gastronómica de América Latina. Su capacidad para adaptarse a los gustos locales y su presencia en celebraciones y eventos tradicionales hacen de este dulce una muestra viva de la cultura y la herencia de la región.
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